500 palabras o menos

Reflexiones sobre la vida y el día a día

No todos vivimos en el siglo XXI

En una época en la que la sociedad occidental parece estar más avanzada que nunca, en la que la libertad, la igualdad y la solidaridad están en boca de todos, y cuando parece que las ideas arcaicas quedaron por fin en el olvido, resulta cuanto menos chocante comprobar cómo aún estamos muy lejos de conseguir estos objetivos que a veces parece, erróneamente, que ya disfrutemos. Un ejemplo evidente de ello nos viene a la cabeza tras ver el reportaje que hace unos días emitió La Sexta (aquí más información) sobre una familia estadounidense de lo más peculiar, los Phelps, abanderados de una nueva religión, cristiana y basada en las enseñanzas que se desprenden de la Biblia, pero que tiene como principal característica un grado de intransigencia tremendamente elevado hacia aquellos que no comparten ciegamente su credo.

De la mano de su anciano fundador, Fred Phelps, los componentes de la familia, niños y bebés incluidos, que son al mismo tiempo prácticamente los únicos miembros de la peculiar religión, se dedican a predicar un mensaje de lo más cristiano –nótese la ironía- y que en pocas palabras se puede resumir en que Dios nos odia a todos, especialmente a los gays, y se alegra de nuestras desgracias (del holocausto, del 11-S, de los atentados de Atocha, por poner algunos ejemplos) como un niño al que le dan un caramelo. Desde luego es una forma de ver las cosas muy heterodoxa, por decirlo de alguna manera un tanto suave.

El caso es que esta familia, ni corta ni perezosa, se dedica en cuerpo y alma a manifestarse contra el sistema, contra todo y contra todos, atacando a aquel que no esté de su lado y muy especialmente a los gays, que curiosamente parecen concentrar la mayor parte de su odio y rabia y sobre los que recae constantemente el grueso de sus críticas. Eso sí, no parecen preocuparse ni un ápice por los pobres, los desfavorecidos, los enfermos o los que por las injusticias del mundo en el que vivimos se encuentran en situaciones de inferioridad con respecto al resto. Será que no tienen tiempo para cuestiones tan banales como ésas. Tampoco parecen muy descontentos disfrutando de una buena posición económica fruto de sus empleos (curiosamente son abogados, con lo que día a día trabajan con la ley a la que tanto atacan y que es fruto, según ellos mismos, de fags que no merecen más que la muerte) ni de las nuevas tecnologías –internet, móvil y demás- que no son más que productos de la sociedad en la que viven día a día y que tanto detestan.

Será que con tanto criticar al prójimo la fuerza se les acaba yendo por la boca; al final cada cual barre para su casa y se va quedando con lo que más le interesa, esté o no en consonancia con lo que predica. Y que nos quiten lo bailado. Serán raros, extremistas o polémicos, pero desde luego no tienen ni un pelo de tontos.

Una luna grande... pero con polémica

Ayer, entre tanta mala noticia a la que nos tienen acostumbrados los telediarios y demás informativos, y en especial estos últimos días con tanto desastre natural y humano, pudimos respirar un poco cuando pasaron a comentar una curiosidad que se da con poca frecuencia: la combinación de luna llena con una gran proximidad a la Tierra, hecho que sucedió por última vez hace cosa de 15 años (aquí más información).

Por tal razón se generó cierta expectación y fueron muchos los que no quisimos perdernos la oportunidad de ver una luna grande y llena como pocas veces. Claro está que a pesar de su mayor cercanía tampoco es que la diferencia de tamaño con la de cualquier otra noche fuese abismal. Algo se le notaba, desde luego, pero nada como para asombrarse. Eso sí, en las zonas en las que el cielo estuvo despejado se pudo disfrutar de una visión de gran belleza que nunca está de más contemplar.

Sin embargo, no acaban aquí las peculiaridades. Debido a que las mareas están influidas en gran medida por la posición y cercanía de otros astros a nuestro planeta, especialmente el Sol y la Luna, las de estos días, y especialmente las de ayer, están siendo considerablemente mayores a lo habitual. La consecuencia principal de ello es que en las horas de la bajamar el agua se retiró mucho más de lo que lo hace habitualmente, dejando a la vista un paisaje en las playas que muy pocas veces se puede contemplar y que los que ayer estaban en zonas de costa (sobre todo en el sur de España) pudieron disfrutar, ya fuera paseando por la playa, observando desde el chiringuito más cercano o intentando pescar algún animalito de esos que viven en las rocas del mar y tanto interés despiertan en niños y mayores.

Sin embargo, hechos como éste dan lugar no sólo a situaciones agradables, sino que también son aprovechados, por desgracia, por los amantes de las predicciones de mal augurio para, una vez más, vaticinar sucesos desgraciados, y la verdad es que el terremoto de Japón les ha venido como anillo al dedo para justificar sus ideas… Aunque han predicho grandes desastres, lo que no han dicho -por qué será- es que en el momento en el que se produjo el terremoto la luna estaba más lejos de lo habitual, no más cerca (y que es la razón que dan para sus predicciones, aquí más información). Y teniendo en cuenta que terremotos hay cada dos por tres, y éste no será ni el primero ni el último, resulta bastante evidente que lo mejor es olvidarse de este tipo de cuestiones que sólo sirven para deslucir la realidad, que es bien distinta.

Mejor es quedarse con la parte positiva de todo, que es la oportunidad de ver un fenómeno poco frecuente y del que podemos llevarnos, al menos, un grato recuerdo. Y si hay alguien que por algún casual no pudo verlo puede estar tranquilo; por internet pululan infinidad de vídeos al respecto, como puede ser éste:

Un paso en la buena dirección

Aunque todos los ojos están puestos estos días en la trágica sucesión de noticias que nos llegan desde Japón, primero a causa del terremoto y después por la tensión con la que se está viviendo el progresivo y alarmante deterioro de la central nuclear de Fukushima, que tiene en vilo a medio mundo, no debemos de olvidarnos de que hay otros dramas de importancia a los que prestar atención, como es el caso del conflicto libio. En estos últimos días los ataques de Gadafi y su ejército continúan masacrando a la población civil, de modo que las víctimas se cuentan ya por miles, y el bastión de rebeldes que aún se mantiene en la ciudad de Bengasi, la segunda en importancia de Libia, comienza a debilitarse, lo que significa que las posibilidades de éxito van en descenso.

Sin embargo, y contra todo pronóstico, la ONU -aunque tarde y sin unanimidad, todo hay que decirlo- por fin ha dado un paso en la buena dirección y ha resuelto no seguir mirando para otro lado, sino inmiscuirse de una buena vez en esta guerra para ayudar a los detractores del régimen a combatir a Gadafi. Para ello se ha impuesto una zona de exclusión aérea sobre Libia y se ha exigido el alto el fuego y los ataques contra civiles, así como la puesta en marcha de medidas encaminadas a asistir a la población. Noticia que ha sido recibida por los rebeldes con gran alegría, e incluso con fuegos artificiales para celebrarlo (aquí más información).

Sin embargo, y a pesar de que Estados Unidos y Francia ya han confirmado que tienen equipo militar en la zona listo para entrar en acción, las tropas de Gadafi no han perdido el tiempo y hace tan sólo unas pocas horas han bombardeado la tercera ciudad libia, Misrata. Aún se conocen pocos datos, pero se habla de la existencia de muertos y heridos (más información, aquí). Es, sin duda, un ejemplo evidente de que el dictador no piensa ceder a las presiones, ni internas ni internacionales, y que hay que actuar con celeridad para evitar que esta situación se mantenga por más tiempo del imprescindible y que sigan cayendo víctimas inocentes.

Esperemos que este nuevo avance permita ver la luz al final del túnel y acabar con este conflicto y con sus tristes consecuencias cuanto antes.

Japón tiembla de nuevo

Imagen en la que se muestra la zona afectada por el terremoto

Aún nos llegan noticias dramáticas del terremoto  y posterior tsunami que este viernes pasado causó enormes daños en Japón. A día de hoy la cifra de muertos y desaparecidos sigue en aumento, y el número de personas que se han quedado sin casa y sin nada es enormemente elevado. Las últimas cifras confirman al menos 1200 muertos, aunque se presume que serán varios miles los que aún quedan por contar, ya que ha habido incluso ciudades enteras que han desaparecido bajo el mar donde de momento no hay registros fiables (aquí más información al respecto).

Muy pocos terremotos actuales han llegado a la magnitud de éste, de 8,9 en la escala de Richter, y aunque se repite hasta la saciedad que Japón es el país más avanzado en cuanto a medidas encaminadas a protegerse de ellos, ni por ésas ha logrado evitar la catástrofe, lo cual es comprensible habida cuenta de que no se ha tratado de un terremoto normal, sino de uno descomunal. Si se hubiera producido en otro lugar, como por ejemplo en Europa, no habría quedado piedra sobre piedra. Así que dentro de lo que cabe el resultado no ha sido el peor posible.

Sin embargo, la situación está lejos de normalizarse. Aparte de las tareas de búsqueda de desaparecidos y rescate de víctimas, así como las de reparación de todo lo que se ha destruido, dos nuevos peligros tienen a Japón en vilo: las réplicas del terremoto, que se espera que se sigan produciendo a lo largo de la semana, y lo que es peor si cabe: el riesgo de fuga radiactiva de la central nuclear de Fukushima, lo que podría provocar un desastre mayor al que ha sucedido hasta ahora. Los esfuerzos por evitarlo no cesan, pero por el momento el peligro se mantiene e incluso aumenta, ya que ha habido una explosión y hay expertos que consideran que puede haberse producido un desastre nuclear mayor incluso que el que se produjo en Chernobil (aquí más detalles).

Por el momento no queda más que intentar que las cosas no vayan a peor; muchos países se han prestado para ayudar y enviar productos de primera necesidad que palien en la medida de lo posible las consecuencias, pero sin duda será difícil que Japón vuelva a la normalidad en breve. Esperemos que al menos las desgracias no vayan a más.

Un triste aniversario

Siete años ya. Parece que fue ayer cuando nos sobrecogió una de las noticias más tristes de la historia española reciente: los atentados del 11 de marzo de 2004, unos atentados que provocaron casi 200 muertos y 2000 heridos, y que cambió el curso de la vida de muchísimas personas,  que tuvieron importantes repercusiones tanto en el plano humano como en el político y que llegan aún a nuestros días. (Aquí más información al respecto).

Como en cada aniversario, hoy se han preparado una serie de actos conmemorativos con el objeto de recordar a las víctimas y que lamentablemente no estarán exentos de polémica. Como es habitual en este tipo de sucesos, los conflictos entre políticos y familiares de las víctimas, cada cual con su criterio y mirando por sus intereses, acaban por deslucir unos actos que deben servir más que nada para unir y recordar a aquellos que ya no están.

Aquel suceso que conmocionó a todo el país aún deja huella en la actualidad. De los heridos, aún los hay que siguen recibiendo tratamiento médico y psicológico, y aún queda una joven en coma desde entonces. Aunque pueda parecer lejano, sus repercusiones llegan hasta nuestros días y todo hace indicar que se prolongarán durante mucho tiempo más.

Si bien es un suceso trágico que muchos prefieren olvidar, no está de más mantenerlo presente, en especial nuestros dirigentes, para seguir trabajando en la lucha antiterrorista y hacer todo lo posible para evitar situaciones similares que pudieran producirse en un futuro.

Peligros en el suelo


Si hay algo que me desespera cuando voy caminando por la calle es no poder mirar hacia delante tranquilamente. Queramos o no, nos vemos obligados a mirar al suelo, que por sus numerosos obstáculos o imperfecciones requiere de nuestra atención para evitar una posible caída. Hasta aquí todo normal. Sin embargo, no es necesario que lo estemos mirando sin cesar por este motivo: basta un vistazo rápido para saber si podemos continuar tranquilamente o no.

Aunque esto es sólo teoría, porque en la práctica quien se arriesga a hacerlo de esta forma corre el peligro de llegar a su destino con cierto exceso de peso en las suelas de sus zapatos. No mucho, la verdad, pero por lo general más que suficiente para que la ira, la impotencia y el asco se nos dibujen en la cara a partes iguales. Hablo, cómo no, de las tradicionales cacas de perro que tan amablemente nos dejan en el suelo de cualquier calle que se precie para goce y disfrute de aquellos que se topan con ellas.

Si bien es un mal endémico que todos, queramos o no -y tengamos perros o no- tenemos que soportar, resulta de lo más desagradable ver que siempre estará con nosotros. Y no porque existan los perros, que los pobres no tienen culpa de nada, sino porque siempre habrá ciudadanos incívicos que por no molestarse en recoger lo que su mascota no quiere -será por el enorme esfuerzo que supone- prefieren hacerse el loco, mirar hacia otro lado como si la cosa no fuera con ellos y dejar un regalo de dudoso buen gusto para el incauto de turno que no mire dónde pisa en el momento menos pensado.

Y no será tampoco por falta de medios... basta una simple bolsita de basura para, en menos de 10 segundos, dejar el suelo tal como estaba. Y eso por no hablar de otras opciones existentes para evitar estos sucesos y ponérselo más fácil aún a aquellos que pasan del tema. Entre ellas, lugares en los parques para el aseo de las mascotas o los dispensadores de bolsitas de papel colocados aquí y allá para quien no se haya acordado de salir a la calle con una.

Pero, sin embargo, la realidad es la que es: sigue habiendo mucho maleducado suelto, ya que día sí y día también seguimos viendo las calles salpicadas de desagradables manchas marrones. Mientras no nos concienciemos todos de que ésta no es la actitud a seguir, nos veremos obligados a resignarnos y seguir caminando de forma parecida a la de Melvin Udall en la entrañable 'Mejor imposible' para evitar llevarnos un inesperado botín con nosotros.

¿Oro amarillo... o negro?


Por si fueran pocos los problemas por los que está pasando el españolito de a pie a causa de la crisis, ahora nos tenemos que enfrentar a uno nuevo que parece indicar que traerá cola. No es otro que el incremento del precio del combustible (aquí más información) que se está produciendo estos días como consecuencia del conflicto que se ha desatado en Libia -como ya sucediera hace bien poco en Egipto o Túnez- entre el pueblo y el Gobierno del país. Aparte de la tragedia humana que está suponiendo -tras los bombardeos de ayer las cifras de muertos superan los 250 (aquí más información)-, muchos otros países van a sufrir consecuencias que pueden llegar a ser, si la situación se agrava, desastrosas.

Y es que el mundo occidental, tan desarrollado y supuestamente avanzado como se nos hace creer a diario, se tambalea ahora y mira con cara de preocupación los movimientos y sucesos que se están produciendo en este país. Porque por mucho que queramos presumir nuestra economía se basa en el combustible, en el petróleo, y en gran medida del que procede de Libia, y cualquier conflicto que haga peligrar el suministro sólo trae efectos negativos.

El primero y más evidente no se ha hecho esperar, y si ya nos quejábamos estas últimas semanas de que la gasolina estaba por las nubes, cada día que pasa va subiendo más y más. Desde el Gobierno se intenta calmar a la población asegurando que disponemos de combustible para bastante tiempo y que se van a tomar medidas al respecto, pero el problema es que los precios no sólo van a seguir subiendo sino que, cuando esta situación se resuelva, probablemente no bajen más que unos pocos céntimos. Porque nunca han bajado tanto como previamente habían subido, y no van a empezar a hacerlo ahora. Así pues, si ya se nota en nuestra cartera cada vez que nos toca repostar, también se acabará percibiendo en todos los artículos que compremos o los servicios que contratemos, porque todo se mueve gracias al petróleo y todo se ve afectado por igual.

Aunque la cosa no quedará aquí: la bolsa se prepara para sufrir caídas, los tipos de interés de las hipotecas pueden verse incrementados y la economía se puede resentir un poco más todavía. No son, desde luego, buenos momentos los que nos tocan vivir.

Parece mentira que en pleno siglo XXI, con la gran cantidad de avances tecnológicos que existen, todavía sea imposible poder movernos sin usar combustibles fósiles. Ya hay posibilidades de fabricar coches eléctricos, e incluso usar combustibles ecológicos, pero sin embargo los años van pasando y seguimos en las mismas, sin que se produzcan avances sustanciales en este sentido, quizá porque a las petroleras les interesa que la situación se mantenga tal cual está mientras se hartan de ganar dinero. De todas formas, continuamos quejándonos de la contaminación, el efecto invernadero o el cambio climático pero no movemos un dedo para cambiar el destino que nos espera. Pero si algo resulta evidente es que la pasividad con la que vivimos esta situación no puede más que acabar por pasarnos factura, y todo parece indicar que ésta llegará, más pronto que tarde.